Así fue. Dos estrellas, que luego de un largo recorrido,
se unen en el cielo, para contemplar el universo, para brillar hasta provocar
sonrisas, tan infinitas como la imaginación y los pestañeos de una muchacha que
contenta va a la plaza a mirar como regresan los pajaritos.
Inmenso como una montaña de chocolates que se pierde
entre las nubes... y no tiene final.
Inexplicable, como los sentimientos que escribo, pero
entendibles para aquellos que aprecian la vida, el aire y la brisa fresca en la
mañana, al igual que yo.
Felicidad pura.
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