No la querías. Solo querías
no estar solo. O quizás, quizás era buena para tu orgullo. O incluso te hizo
sentir mejor dentro de tu miserable vida. Pero no la querías. Porque no
destruyes a las personas que quieres. Pero, como ibas a saber tu que esos muros
podían destruirse ¿verdad? Si no lo habían hecho las veinte sonrisas
anteriores, no ibas a ser tú el primero. La viste tan sonriente, tan suya que
creíste que tú y tu gilipollez no podríais con ella. Que nada de lo que tú
hicieras sería suficiente para arrancarle esa enorme sonrisa que traía cada día
consigo. Pero te equivocaste, ya lo creo que te equivocaste.
Creíste que si se
había levantado una, dos y tres veces por una más no pasaría nada, así que le
fallaste, le fallaste sin pensar que quizás, quizás tú eras diferente a los
demás. Porque ella nunca se enamora, ella no te dice te quiero, ni te echa de
menos. Ella no te abraza como todas hacen, ella pone cara de enfadada y luego
se ríe con tus cosquillas. Y sabes que la de mil vueltas a cualquiera con la
que hayas soñado, pero alguien tan grande no puede ser para ti. Alguien tan
imposible no podía quererte. Y te empezó a dar miedo ¿verdad? Sí, seguro que
sí. Te daba miedo no querer arropar otros brazos, no ver más allá de sus vivos
ojos azules, te daba miedo perderla por quererla demasiado. Porque ella no se
ata, no espera nada de nadie ni se pasa las noches buscando tus mensajes. Y eso
era nuevo para ti, y lo nuevo asusta. Y estabas acojonado, acojonado de cómo
alguien en unos meses se había convertido en todo para ti. Como su risa te
llenaba y como anteponías los cinco minutos que te daba para estar juntos a
todo. Y luego te alejaste, cuando ya no pudiste más, te fuiste. Total, ella iba
a seguir igual. Con sus ojos marrones en los que tantas veces te habías
perdido, con su inconfundible felicidad, con su sonrisita a todas horas. Pero
nunca la diste por perdida, porque tú también echabas de menos esas
conversaciones a las 4 de la madrugada, tú también cambiabas el camino a casa
para pasar por su calle, esperando poder verla a lo lejos. Porque aunque tu ego
no te permitiera decirlo, tú estabas tan jodidamente enganchado a ella, como
ella a ti. Ese fue tu error, creer que aparecerían muchas como ella. Marca ¿eh?
De una forma bestial. Es incluso peor que ver a alguien alejarse porque sabías
que ella iba a seguir ahí, no iba a moverse, aunque tampoco iba a buscarte. Y
pasabas cada día, a la misma hora para asegurarte de que llevaba consigo esa
sonrisa, sin la cual el mundo se cae a pedazos.
Y por fin la viste, estaba
cambiada ¿eh? No había rastro de esa sonrisa protagonista de tus mejores días.
Las cosas se joden, se acaban, caducan, se arruinan. Y pensaste, lo
solucionamos una vez, también lo haremos esta. Y sé que odias la forma en que
deja que la gente se acerque a ella, tan inocente, tan ignorante, sin tener ni
la menor idea de lo mucho que vale. Del efecto que causa sobre los demás. Como
ella hay pocas dijiste, que equivocado estabas.
Como ella no hay ninguna, y te
diste cuenta tarde.