Un día te das cuenta, el
tiempo ha pasado y sigues en el mismo lugar de siempre. Y todo lo que eso
conlleva. Sigues teniéndole miedo a las despedidas y sigues sin saber si
existen finales felices. Sigues esperando y desesperándote, y aprendiendo a
rimar insomnio con nicotina. Las noches se convierten en jaulas y los días te
matan sin pedir permiso. Un día te das cuenta de que estás tan vacío por dentro
que, sólo de pensarlo, te entra vértigo, y es que no has conseguido nada ni a
nadie que consiga hacerte sonreír como si el mundo no doliese. Escribes.
Cierras los ojos. Fumas. Duermes pocas horas. Detienes alarmas. Y te preguntas
por qué y hasta cuándo. Por qué y hasta cuándo de todo: de tu vida. O de la
muerte. Pero empiezas a pensar que quizá sean lo mismo. La gente te mira,
sonríes, y qué sabrán ellos de lo de adentro. Qué sabrán de tus ganas de
vomitar todas esas esperanzas que han caducado y que ahora sólo te dan dolor de
cabeza. Y cómo sabrán que ese brillo de tu mirada no son ilusiones, sino
lágrimas que nunca aprendiste a derramar. Gritos envasados al vacío. A tu
vacío. Y te pones una canción triste y subes el volumen. Quizá, piensas, mañana
todo irá mejor. Pero no. Mañana seguiremos aquí, en el mismo lugar de siempre,
y seremos las mismas coordenadas de un mapa en el que no sabemos encontrarnos.
Y así es un poquito la vida, como un concurso de a ver quién muere mejor. O más
rápido. O algo parecido. No lo sé, tengo esa sensación, de que nos estamos
acostumbrando demasiado a ser precipicios. A precipitarnos. A sonreír cuando
nos disparan y a decir que no nos ha dolido. A maquillarnos, a disfrazarnos y a
quedarnos muy quietos cuando queremos escapar. A que se nos queden los "te
quiero" en la punta de la lengua y terminen, un día, o una noche, desangrándonos
por dentro. Y así no vamos a ninguna parte. Que yo sólo quería deciros que lo
más cerca que he estado de vivir fue aquella vez en la que, dándole las
primeras caladas a mi primer cigarro, me atraganté con el humo. Y es triste que
pueda llamarle vida a eso y no a todo lo demás. Y ya está. Ojalá venga alguien
y nos lleve a ver mundo, o a ver camas, o a ver qué hacemos con toda esa
felicidad que nos debe la esperanza. Cerrad los ojos, chicos. Yo no creo en los
deseos, pero a veces sería bonito hacerlo.
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