Hoy, no dudo y olvido por completo mi rara costumbre de
reflexionar porque si o por el miedo a equivocarme. Se me empieza a olvidar
caras y lugares. Todo huele diferente, como a vida nueva sin estrenar.
Cualquier ciudad en paz parece más soleada, más bonita, menos rara.
Esta vez parece que las dudas han olvidado porque
existían, que todo fluye y que incluso se me empieza a olvidar que el verano
acaba, que las playas dejarán de recibir
niños, refrescos, amor y algún que otro beso entre olas.
Los abrazos de bienvenida serán los "te echaré de
menos una vez más", los de siempre, los que me quitarán el sueño por tres
días porque la que se convirtió en mi cama por más de treinta noches estará a
mil kilómetros de mi almohada.
Volveré a subir el volumen de mi iPod para no escuchar el
silencio. Hablaré con nostalgia de lo feliz que era preparando tres tostadas
mientras dudaba entre seguir en el sofá o salir a ver mundo. Recordaré la
mirada de ilusión de aquel corazón que no quería abandonarme, que me enseño a ser
quien soy.
No era casualidad que este verano este huyendo de los
reencuentros y las despedidas.
Me resultaba emocionalmente más barato vivir un verano
demasiado largo sin aventuras ni historias que recordar a volver a echar de
menos.
Mi casa, mi hogar y mi ciudad a lo mejor no habrán
cambiado.
Las calles seguirán tan frías como siempre, seguiré
inspirándome con las mismas canciones pero todo habrá cambiado. Septiembre viene cargado de algo más que
libros, lápices y apuntes desordenados frente a una pantalla.
Acabarán llegando los fines de semana de ocho horas
ganándose monedas, los de los pasillos que hablan cuando paso, los de no me mires
que me enamoro, los de te espero a las diez. Los amores de verano que siempre
me intrigaron se plantan en septiembre con un "me quedo contigo" para pasear de la mano en otoño y abrigarnos
en invierno.
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