He recorrido tantos kilómetros
y sigo sin encontrar el camino del que todos hablan. He dejado de entender los
versos que hablan de corazones y huyo de las palabras bonitas, que son las que
temo que me vuelvan a atrapar. Busco desconocer las caricias que me buscan y
esquivo la palabra futuro. Yo no sé de qué hablaremos mañana. Sólo sé que tengo
ganas de los secretos que esconden las grandes ciudades, de encontrarme
locamente perdida en una ciudad que no duerme, de encontrarme en una vía sin
pérdida, de buscar rincones dónde leer a los enamorados que se encuentran, se
pierden, luchan y se reencuentran en un final casi esperado.
Las historias con final
feliz son tan cojas, como las que vivimos. Se encierran bajo un punto final en
el momento más bonito, no continúan con tal de no decepcionarnos con un
"todo no es tan bonito princesa". ¿Y si todos dejásemos las historias
en el momento más bonito? Moriríamos como los últimos capítulos, sin saber de
segundas partes, sin hacernos migajas cada vez que nos hablan de un "C'est
fini". Si las historias reales fuesen libros y nosotros menos curiosos, la
vida sería más bonita.
Me muerdo el labio. Busco.
Huyo. Te vuelvo a buscar. Y entre tanto huyo. Un quiero y no puedo. Un puedo y
no es lo correcto. Llámalo amor con dulzura, miedo y magnetismo.
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