miércoles, 12 de junio de 2013

166. Lo que nadie sabía era que ella había muerto hace tiempo

Él la vio desde lo lejos andando por la calle tan llena de vida como cuando se empeñaba en alegrarle los días, se movía con ese aire seguro que la caracterizaba y que había perdido con su marcha. Sus pasos eran firmes y el brillo de sus ojos le hundió. No podía parar de mirarla. Estaba cambiada aunque todo en ella siguiera igual. Su melena se había aclarecido y le resaltaba los pómulos. Creyó morir en el momento en que se apartó el pelo de la cara, sin duda esos ojos no le dejarían nunca más llegar a ella. Podría hacerle creer que todo volvía a estar bien, que iban a volver a intentarlo. Pero él sabía que nada volvería a ser lo que fue, que si se acercaba ella se alejaría a los pocos días, que podría contestarle algunos mensajes pero ya nunca se quedaría hasta tarde esperando los suyos. Caminaba con esos gestos tan suyos y esa sonrisa torcida que alegraba a todos quienes la conocían, sin duda se había recuperado. Había logrado recomponerse y sacar a relucir esos pequeños hoyuelos que siempre la hicieron especial. Seguía andando por la calle y no podía apartar la vista de ella. Como la había echado de menos. Observó con añoranza como se enredaba las puntas mientras miraba a su alrededor. Podría haberse acercado a ella, podría haberle pedido perdón, podría haberle dicho que nadie había conseguido sustituirle, pero qué digo. Que nadie ni si quiera se le parecía. Podría haberse metido por esas calles y fingir encontrársela para regresar a esa sonrisa, podría sonreírle a lo lejos, o cruzar y confesarle que a diferencia de él, ella no era reemplazable. Aunque también podría no haberse alejado nunca, y ella le avisó: 'Si te vas como si nada no pretendas volver como mi todo'.


Aceptó que esa sonrisa protagonista de sus mejores días tenía nuevo dueño, aceptó que nada volvería a tener sentido después de ella, por fin, se dio cuenta de que sin quererlo, sin tener ni idea, aquella chica de risa traviesa y ojos marrones le había marcado. A él. A él que nunca se enamoraba. A él que almacenaba más teléfonos de rubias en su móvil que ningún otro, a él que nunca permitía que nadie se quedara demasiado tiempo en su vida. A él que no dejaba a nadie sentirse especial a su lado. Y aunque digan que lo que no te mata te hace más fuerte, os puedo asegurar que en ese preciso momento, cuando ella giro la cabeza y siguió sin verle, él murió. Murió por ser tan invisible para ella, murió por ver que ya no tenía la necesidad de cruzar corriendo por abrazarle, murió al ver que el final de su camino por el que él le había acompañado en silencio al otro lado, eran otros labios. Otros labios que no iban a ser los suyos. Murió. Se la cruzó un par de veces más aquella semana, y no sabéis lo que le jode haber sido tan imbécil. 



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