jueves, 13 de junio de 2013

167. El café también se enfría y los cigarros si no los enciendes se apagan.

No la querías. Solo querías no estar solo. O quizás, quizás era buena para tu orgullo. O incluso te hizo sentir mejor dentro de tu miserable vida. Pero no la querías. Porque no destruyes a las personas que quieres. Pero, como ibas a saber tu que esos muros podían destruirse ¿verdad? Si no lo habían hecho las veinte sonrisas anteriores, no ibas a ser tú el primero. La viste tan sonriente, tan suya que creíste que tú y tu gilipollez no podríais con ella. Que nada de lo que tú hicieras sería suficiente para arrancarle esa enorme sonrisa que traía cada día consigo. Pero te equivocaste, ya lo creo que te equivocaste.
Creíste que si se había levantado una, dos y tres veces por una más no pasaría nada, así que le fallaste, le fallaste sin pensar que quizás, quizás tú eras diferente a los demás. Porque ella nunca se enamora, ella no te dice te quiero, ni te echa de menos. Ella no te abraza como todas hacen, ella pone cara de enfadada y luego se ríe con tus cosquillas. Y sabes que la de mil vueltas a cualquiera con la que hayas soñado, pero alguien tan grande no puede ser para ti. Alguien tan imposible no podía quererte. Y te empezó a dar miedo ¿verdad? Sí, seguro que sí. Te daba miedo no querer arropar otros brazos, no ver más allá de sus vivos ojos azules, te daba miedo perderla por quererla demasiado. Porque ella no se ata, no espera nada de nadie ni se pasa las noches buscando tus mensajes. Y eso era nuevo para ti, y lo nuevo asusta. Y estabas acojonado, acojonado de cómo alguien en unos meses se había convertido en todo para ti. Como su risa te llenaba y como anteponías los cinco minutos que te daba para estar juntos a todo. Y luego te alejaste, cuando ya no pudiste más, te fuiste. Total, ella iba a seguir igual. Con sus ojos marrones en los que tantas veces te habías perdido, con su inconfundible felicidad, con su sonrisita a todas horas. Pero nunca la diste por perdida, porque tú también echabas de menos esas conversaciones a las 4 de la madrugada, tú también cambiabas el camino a casa para pasar por su calle, esperando poder verla a lo lejos. Porque aunque tu ego no te permitiera decirlo, tú estabas tan jodidamente enganchado a ella, como ella a ti. Ese fue tu error, creer que aparecerían muchas como ella. Marca ¿eh? De una forma bestial. Es incluso peor que ver a alguien alejarse porque sabías que ella iba a seguir ahí, no iba a moverse, aunque tampoco iba a buscarte. Y pasabas cada día, a la misma hora para asegurarte de que llevaba consigo esa sonrisa, sin la cual el mundo se cae a pedazos.
 Y por fin la viste, estaba cambiada ¿eh? No había rastro de esa sonrisa protagonista de tus mejores días. Las cosas se joden, se acaban, caducan, se arruinan. Y pensaste, lo solucionamos una vez, también lo haremos esta. Y sé que odias la forma en que deja que la gente se acerque a ella, tan inocente, tan ignorante, sin tener ni la menor idea de lo mucho que vale. Del efecto que causa sobre los demás. Como ella hay pocas dijiste, que equivocado estabas.

 Como ella no hay ninguna, y te diste cuenta tarde.



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