Tú, que tenías unos ojos
lunares para quedarse allí a vivir y que pasara el tiempo. Yo, que contigo
siempre quise frenar en seco el calendario. Nosotros, que nos envidiaba hasta
el mismísimo Ismael Serrano en noches de sofá y manta (o sofá y sexo como
quieras llamarlo). Antes, que mi gravedad se sostenía mientras e escondías
entre algún delta de nuestros ríos. Ahora, que no es la gravedad lo que me
sostiene y a pesar de que la habitación tenga pulmones noto tu asfixia en mis
rincones. Lo que te intento decir, lo que intento que entiendas es esa maldita
memoria relacional que hace que estés aquí son estarlo, en cada café de mis
mañanas, en retales, en mis libros a medias… Todo, da igual lo absurdo que sea,
todo está relacionado contigo y con tu estúpida manía de desaparecer. Y la
verdad, es paradójico que fueras tu quien soplara para que no me picaran las
heridas que tú mismo un día me hiciste.
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