"Y un día, de repente,
ocurre. Empiezas a hablar con él por algún motivo y terminas esperando cada
noche impaciente su saludo y, cuando por fin lo tienes, sientes un fuerte ardor
en el estómago, una explosión de nervios. Las conversaciones pasan a ser más
largas, más intensas, más personales, incluso más cercanas, para finalmente
escucharlas a 10 centímetros de su boca. Todo lo de alrededor se va poniendo borroso
cuando él está delante. Ignoras lo demás. Te vas enamorando de cada sonrisa. De
cada tontería. De la forma en la que habla, en la que se mueve. De las caras
que te pone. De sus miradas intencionadas. De sus gestos. Sus manías. Sus
vergüenzas. Sus detalles. La manera tan peculiar que tiene de mirarte, coger
aire y soltar un '' te quiero'', para después agachar la cabeza, sonreír y
ponerse rojo. Y todo cambia para bien. Me da tranquilidad. Y es entonces cuando
sabes que es él, y nadie más. Y te acuerdas del primer beso, del primer día,
del primer lugar, de las primeras frases. El primer susurro. Cuando te enseñó
que juntos todo era posible. Cuando te hizo ver que a veces actuar contra las
normas también estaba bien. Cuando te demostró que contigo le salía ser
diferente pero que de ninguna manera quería que eso le dejara de pasar. Desde
entonces aprendiste a ver la vida desde la curva de su sonrisa. Y cuando crees
que le olvidas, no te acuerdas de olvidar. Que sin llegar a perderle ya le
echas de menos. Y empiezas de nuevo a recordar, y te das cuenta de que sus
torpezas nunca dejarán de parecerte tiernas, y que desde cierto día, no
solamente aprendiste a no volver a perderle sino que también, perdiste
totalmente la noción del tiempo y los cinco sentidos por él.”
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