Ella estaba cansada, con los
ojos a medio cerrar y las piernas estiradas sobre el colchón de su cama. Estaba
malherida, rabiosa, tímida, frágil como una estatuilla de cristal esas que
aparecen en todas las películas americanas en casas de personas mayores. Agacho
la cabeza, su barriga blanca como la leche y redonda como una pelota de fútbol,
la entristeció aún más.
Ya no había marcha tras, ya
había llegado al punto en el que o te dejas caer, o te tiran. Mentira, ella ya
había caído. Había caído desde lo más alto que se puede caer, y se había
levantado. Claro, se había levantado y con una sonrisa en la cara, esas como
las de siempre, ‘debe mostrarse feliz’ pensaba para sí misma.
Eso sí que es valentía,
levantarse a pesar de que puedas volver a caer.
Esa chica era increíble,
sencillamente genial. Pero, su perdición comenzó un día nublado en una esquina
del barrio donde vivía, donde se drogaba a palabras vacías, sonrisas forzadas y
besos que nunca probó. A cada página le ponía nombre y apellido, a cada página
la bautizaba con aquel muchacho que un día la enamoró pero decidió, después de
un tiempo, que no era lo suficientemente buena para él.
Ese muchacho que ni siquiera
recuerda el nombre de la chica, no recuerda ni siquiera que existe. Ese
muchacho que se llevó su corazón enlatado en una lata de cerveza fría, o en un
vaso de vodka de algún color en especial.
Y aquí la veis ahora, drogándose
a palabras vacías en esa esquina, de ese barrio suyo. Y emborrachándose fin de
semana si, fin de semana no a caricias y abrazos que nunca le han dado y por
fin gracias al viento de aquella esquina ha encontrado.
Y eso que había otro chico,
que estuvo dispuesto a darlo todo por ella, pero las personas suelen querer a
quien no las quiere, y no amar a quien las ama. Jodida la vida nuestra, sí.
Pero peor la suya, que su cabeza solo recuerda los chutes a palabras vacías de
la noche anterior, y la resaca a abrazos y caricias corroe dentro de su ser.
Los olvida a la hora de comer, para volver a drogarse con ellos esa misma
noche. Hoy brindo por esa chica, y pido que se drogue un poco por mi mientras
escribo estos últimos versos dedicados a ti.
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