
Aquella princesa que siempre sonreía, que nunca
lloraba, que todo su mundo era rosado. La que creía en que las
hadas vendrían a concederle deseos, que
los príncipes existían, y que eran perfectos, que habían finales
felices. Ha crecido. Ha dejado su vestido, ha dejado sus tacones altos, y los
ha remplazado por unas zapatillas viejas. Ahora no teme mojarse con sus propias
lágrimas, ahora teme al "que dirán”. Ahora tiene miedo, ahora no cree
en cuentos, ahora no confía, ahora llora por un idiota. Ahora, ha dejado de
ser princesa.
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