Cuando era pequeña y me contaban los típicos
cuentos de princesas, pensaba que lo de enamorarse estaría bien. Encontrarse al
típico príncipe azul que te ayuda en todo, que te enamora con su mirada con su
forma de ser, son todo lo suyo. Al que te encuentras de repente, porque sales
corriendo y se te cae un zapato, o porque pides un deseo al pozo mágico
esperando que llegara tu príncipe azul cantando. Y en esos cuentos todo se hacía
realidad el príncipe encontró a cenicienta y le puso el zapato de cristal
precioso, y blancanieves encontró a su príncipe catándole bajo un ventana
mientras se escondía. Pero me he dado cuenta que no todo tiene un principio de
cuento de hadas ni un fin en los que todos acaban felices y comiendo perdices.
Me he dado cuenta de que todas las
princesas no buscan una rana a la que besar, ni que todas las ranas son príncipes,
me he dado cuenta de hay veces en las que hasta la bruja es la que se lleva al príncipe,
me he dado cuenta de que sirve de nada esperar al príncipe, ya que no sabes si
te ira a buscar, y que conseguirlo cuesta más que probarte un zapato.
Me he dado cuenta de que no quiero vivir en un cuento de hadas, quiero vivir mi
vida, y sin ningún príncipe.
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