Y te vas. Y las farolas
lloran gotas de la última lluvia porque el sol también te echa de menos. Digo
también porque me incluyo en tan melancólico propósito.
Aquí, y ahora. Las últimas
campanadas que despiden a las doce retumban en este vacío.
Se acabó el baile
Cenicienta.
El frío viento de la
ausencia de tu aliento me despeina el pelo y hace ascender tu olor al más
oscuro rincón de mi mente.
Casi puedo tocarte.
Y cierro los ojos. Y oigo
llover. La lluvia lleva tu nombre. La lluvia me moja. Me empapa los labios de
ti, y me pierdo prisionera en esta cárcel del tiempo que es recordarte cuando
creo que nadie me mira. Digo creo porque sé que aún me observas. Me miras de
soslayo cuando crees que nadie más te mira
y vuelves a desviar la mirada cuando la busco. Y me siento estúpida.
Pero en mi estupidez, en mis
pensamientos, en mi pequeñez crónica apareces por detrás y por sorpresa, me
abrazas sonríes y casi puedo rozar el cielo cuando me susurras palabras al
oído. Palabras que suenan demasiado bien: "Te...
Y para de llover. Y abro los
ojos. Nunca ha estado lloviendo. Recojo la última lágrima que recorre mi
mejilla izquierda. La observo por un segundo y más tarde la olvido.
Abro la puerta.
Es hora de salir de aquí.
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