No soy yo quien decide si el
cielo es negro o gris, azul o blanco, si se ve el sol o las estrellas, o si las
nubes las protegen. No soy yo quien se acerca a la orilla del mar y decide si
mi mente se queda calla o me pide a gritos que piense en ti, se el impulso de
saltar para bañare en el mismo mar que tú
ves es más grande que el de pensar que es una idea loca, una idea simple, como
un nudo que sabes desatarlo a simple vista. O si es un cubo de rubick de más de
seis colores; ocho, diez, doce mil. ¿Qué más da? En el fondo todos sabemos que habrá
alguien que sepa solucionarlo. Pero tampoco soy yo quien decide si solucionarlo
o no. Esa oportunidad quedo perdida hace tiempo.
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